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sábado, 26 de diciembre de 2009

SANZ BRIZ, EL "ÁNGEL DE BUDAPEST"

“Quien salva la vida de un hombre,
salva al mundo entero”
Talmud

Los héroes existen en todo tiempo y lugar, pero es en las guerras y donde se ensaña la injusticia donde demuestran su verdadera valía. A veces pasan desapercibidos y nadie sabe de sus gestas durante años.

Es de todos conocida la historia de Oskar Schindler, ese alemán que con su fábrica salvó a unos 1.200 judíos del conocido holocausto nazi debido a la excelente película de Spielberg “La lista de Schindler” que nos dio a conocer este hecho tan importante. Pero hubo más personas, muchas más personas, hoy todavía desconocidas, que arriesgaron sus vidas para ayudar a los más desfavorecidos en aquella época, cuando lo fácil hubiera sido abandonarlos a su suerte.

Multiplicó por cinco la lista de Schindler, pero en Hollywood nunca le harán una película, porque en Hollywood jamás se acuerdan de los que se llaman Sanz.



Hagámoslo nosotros. Se lo merece.



ÁNGEL SANZ BRIZ, un joven diplomático español destinado en la embajada de Budapest durante la Segunda Guerra Mundial, pertenece a esta este grupo de héroes anónimos, Su nombre es desconocido y sólo unos pocos se han preocupado de recordar lo que hizo. Salvó la vida de más de 5.000 judíos jugándose el puesto, la carrera y por descontado, su vida. Como diplomático de un país con buenas relaciones con la Alemania nazi pudo haber mirado a otro lado y vivir tranquilo.

Ángel Sanz Briz nació en Zaragoza el 28 de Septiembre de 1910. Procedente de una familia de comerciantes y militares, después de estudiar Derecho, ingresó en la Escuela Diplomática en 1943. Al comenzar la Guerra Civil española, se alistó voluntariamente en las filas de las tropas franquistas como conductor de camiones del Cuerpo del Ejército Marroquí y, una vez finalizada la contienda, obtuvo su primer destino diplomático como Encargado de Negocios en El Cairo (Egipto).

En 1942 abandona El Cairo y es destinado a la legación húngara, donde acudió recién casado con Adela Quijano. Pero por ese tiempo, a las puertas del país centroeuropeo se libraba la Segunda Guerra Mundial.

Poco duró la serenidad y la vida de Sanz Briz cambió completamente. Las barbaridades que estaban llevando a cabo los nazis contra la indefensa población judía impidieron que Sanz Briz pudiese ejercer su gestión de manera tranquila. El zaragozano no pudo mirar hacia otro lado y comportarse como un espectador indiferente ante aquel terrible espectáculo.

En marzo de 1944 la guerra estaba perdida para el Tercer Reich. Los rusos avanzaban decididos por el este y, al otro lado del canal de La Mancha, se ultimaban los preparativos del gran desembarco de Normandía. Ante tan sombrío panorama Hitler decidió invadir Hungría, hasta entonces aliada del Eje y el único país de Centroeuropa que se había librado de la zarpa nazi. Entró para saquear y dar buena cuenta de una próspera y centenaria comunidad judía que aun permanecía intacta. El propio Adolf Eichmann se traslada al país para supervisar los planes de exterminio de la comunidad judía. Las deportaciones dieron comienzo con el despuntar de la primavera. Todos los judíos húngaros fueron obligados a registrarse, a bordarse en la solapa la estrella de David y, casi de seguido, a embarcar en trenes de ganado que los llevarían hasta el sur de Polonia, hasta Auschwitz. En Hungría no hubo guetos. No fueron necesarios.


En junio de 1944, los ejércitos aliados inician sus bombardeos sobre la ciudad y las embajadas de los distintos países comenzaron a abandonar la capital del país. Sanz Briz no abandona su destino y permanece en Budapest, ya que España era un país neutral (pero afín a los alemanes) y había que defender los intereses de los ciudadanos españoles.

Sanz Briz fue testigo de cómo los judíos desaparecían o eran asesinados. Pero no se quedó impasible ante la crueldad de los nazis. El zaragozano puso en marcha su ingenio y temple diplomático para salvar a todos aquellos que pudiese.

Desde la legación española, Sanz Briz envía al Gobierno de Madrid la petición de ayuda para frenar las crueldades nazis. No se recibió respuesta, aunque en la capital española se sabían de antemano las intenciones de Hitler en Hungría. Miguel Ángel de Muguiro, encargado de Negocios en la legación española de Budapest, escribe a Madrid escandalizado por los registros, las palizas y otras especialidades de la casa que los miembros de las SS practicaban con deleite.

En Madrid conocían a la perfección lo que tramaba el "amigo alemán" en Hungría. Un año antes, Federico Oliván, secretario del embajador español en Berlín, había escrito al ministerio de Exteriores pidiendo permiso para ayudar a los pocos judíos que iban quedando con vida en el Gran Reich: "Si España se niega a recibir a esta parte de su colonia en el extranjero, la condena automáticamente a muerte, pues esta es la triste realidad". La colonia a la que se refería eran los judíos sefarditas, herederos lejanos de aquellos que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492.

Tanto Oliván como Muguiro rescataron un viejo decreto promulgado por Primo de Rivera en 1924, en virtud del cual todos los que demostrasen pertenecer a aquella Sefarad errante, obtendrían de inmediato la nacionalidad española.

Ocultaban que el efecto del decreto había expirado en 1931, pero en Madrid no se acordaban y los nazis, naturalmente, no lo sabían. Muguiro se agarró a él para solicitar a las autoridades húngaras la protección de los sefarditas. El problema es que en Hungría, sefarditas, lo que se dice sefarditas, había muy pocos. No daban ni para llenar un tren.

De esta manera, en un primer arrojo de gallardía, consiguen visados españoles y culminó su obra apropiándose de un cargamento de niños, 500 exactamente, cuyo destino era una cámara de gas en Polonia. Consiguió visado para todos y los despachó a Tánger, que por entonces era algo parecido a una colonia española.

Esta y otras bravatas le granjearon muy mala fama entre húngaros y alemanes, que presentaron una queja ante su superior a fin de que cese en su puesto en la Embajada. Madrid no tiene más remedio que deponer a Muguiro y deja la titularidad de la legación en manos de su secretario, Ángel Sanz Briz, que tenía 32 años, una bella esposa y una niña recién nacida. Se convierte así en el responsable principal de la embajada española en Budapest. No sabían húngaros y alemanes que el nuevo embajador estaba metido en el ajo del salvamento de judíos.
Junto a Giorgio Perlasca, un italiano que había luchado en la Guerra Civil, perfecciona la idea de Muguiro. Había que hacer lo mismo, pero sin levantar sospechas, lo cual exigía una nueva y mejor planificación. Puestos de acuerdo, entran en escena. Perlasca simula su nacionalización española, a cuyo efecto cambia su nombre por el de Jorge para hacerlo todo más creíble, y es contratado en la Embajada para evitar habladurías.


Mientras están preparando su estrategia liberadora, Sanz Briz colabora, entre otros, con el embajador sueco Raoul Wallenberg. Este diplomático sueco había logrado convencer al Ministerio de Asuntos Exteriores de su país para que lo enviasen a Budapest con una misión clara: salvar judíos. A Wallenberg se le atribuye la vida de unos 40.000 judíos húngaros.

Sanz Briz cooperó también con el Nuncio Apostólico Angelo Rota, el cónsul suizo Carl Lutz y muchos otros diplomáticos que atendían una red clandestina de salvamento.

Lutz había creado unos salvoconductos llamados “schutzbriefe”, una suerte de visados de protección que, entre los judíos, tomó el nombre de “certificados de vida”. Éste fue el modelo que inspiró al zaragozano.
No podía informar al ministro de sus intenciones porque le hubiera supuesto el cese, pero si hacerle partícipe de las "monstruosas crueldades que nazis y cruzflechados están perpetrando en Hungría contra individuos de raza judía". Madrid respondía con el silencio. Ni sí ni no. Algo así como "haga usted lo que crea conveniente pero no enrede más de la cuenta y nos complique".

Lo que no parecía del todo mal en Madrid es que los sefarditas regresasen a su patria, aquella que, injustamente expulsados, habían abandonado cinco siglos antes. Los nazis no terminaban de entender que la España de Franco, a la que habían auxiliado en su cruzada, se preocupase de unos judíos desterrados tanto tiempo atrás. No lo entendían pero tragaban.

Sanz Briz dio un nuevo paso y envía al gobernador nazi Adolf Eichmann una carta rindiéndole cortesías, a la que adjuntaba una sustanciosa donación económica para garantizar el respeto a los españoles por parte de las SS. Los nazis desconocían el número exacto de sefardíes; no obstante, tras previo pago y suponiendo que se trataba de pocos, estarían dispuestos a ceder. Como resultas de una astuta y bien urdida gestión negociadora, la Embajada española obtiene de las autoridades, debidamente reblandecidas con dinero y cortesías, 200 salvoconductos sólo para sefardíes.

Ahí llegó la picaresca española. ¿Cómo con 200 salvoconductos, cada uno de ellos válido para un solo titular, se pueden salvar a más de 5.000 personas? El propio Sanz Briz explicó años más tarde que los 200 documentos que le habían sido concedidos los convirtió en una suerte de visados familiares; por tanto, válidos para 200 familias. Además, la numeración de los documentos cedidos por los nazis se descompuso en muchísimas series, cada una diferenciada con las letras del alfabeto; es decir, además de que cada documento era para 4 ó 5 personas, cada número estaba compuesto de series: 134-A, 134-B, 134-C, 134-D... De esta manera, las 200 familias se multiplicaron indefinidamente. Sólo había que tener suma precaución en no expedir un documento que llevase el número superior al 200.


Copias de salvoconductos expedidos por el diplomático español.
El de arriba para una familia de dos personas y el de abajo, para una de tres.

Un ejemplo de salvoconducto es el siguiente:

“Certifico que Mor Mannheim, nacido en 1907, residente en Budapest, calle de Katona Jozsef, 41, ha solicitado, a través de sus parientes en España, la adquisición de la nacionalidad española. La legación de España ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir.”

El engaño era perfecto pero podía irse al traste si un agente de la SS paraba por la calle, en el mismo día, a dos portadores del mismo número pero de diferente serie. Había otro problema, el de la cantidad. Los nazis se escamarían si veían demasiados judíos “españoles” por la calle.

Dada la situación de persecución generalizada que reinaba en el país, sólo faltaba resguardarlos de las garras de las SS. Mientras las autoridades húngaras tramitaban los salvoconductos, Sanz Briz, con su propio dinero, alquiló inmuebles para cobijar a “sus españoles”, alimentarlos y proporcionales atención médica. Los refugiados sólo podían salir a la calle un rato por la mañana. Por seguridad, hizo poner en las puertas y fachas de estos edificios un cartel: “Anejo a la Legación de España. Edificio extraterritorial”, por tanto, territorio extranjero. Y funcionó de maravilla. Allí, permanecerían hasta que Sanz Briz consiguiera un medio de transporte hacia Suiza, España o cualquier otro país donde estuvieran a salvo.

Es curioso que, en un tiempo en que España padecía los peores años de la dictadura, un puñado de casas españolas en la lejana Budapest fuese el templo de la libertad, un refugio de vida
A finales de 1944, la caída de Budapest en manos del Ejército Rojo parece inminente. Como la España franquista no mantenía relaciones diplomáticas con la URSS, Sanz Briz recibe la orden de abandonar la capital y trasladarse a Suiza.
Pero si él se iba, ¿quién se encargaría de sus judíos? Perlasca se ofreció voluntario, a fin de cuentas era también italiano, y para entonces Italia amigaba con los aliados. Como Perlasca carecía de título se lo inventó. Conchabado con Sanz Briz falsificó el nombramiento de embajador de España en Hungría y se presentó ante el Gobierno húngaro como el nuevo hombre de Franco en Budapest. Era todo mentira, pero a esas alturas carecía de importancia. Los judíos de Sanz Briz quedaron bajo su tutela hasta que el 16 de enero de 1945 los rusos irrumpieron en la capital poniendo fin al dominio nazi. Entonces Perlasca desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra. Misión cumplida.

De regreso a España, el aragonés no recibió ninguna felicitación ni censura por su labor, aunque como buen cristiano, no esperaba nada a cambio: lo importante era salvar vidas y eso lo había logrado: “…lo que tuve el privilegio de hacer en Budapest es lo más importante que he hecho en mi vida…”. Cumplió con su deber cristiano y prosiguió con su carrera diplomática.

Entre 1946 y 1960 estuvo al frente de varias embajadas, legaciones y consulados, entre ellas, la de Lima, Berna, Vaticano y Bayona. En 1960, fue nombrado embajador en Guatemala, donde recibió la Gran Cruz de la Orden del Quetzal. En 1962, fue destinado a Estados Unidos, donde continuó su carrera diplomática en San Francisco y Washington y desempeñó el cargo de cónsul general en Nueva York. En 1964, fue embajador en Perú, país que le otorgó la Gran Cruz de la Orden del Sol. Años más tarde, en la Embajada de Holanda, le concedieron la Gran Cruz de la Orden de Orange-Nassau. A continuación, pasó unos años en Bélgica, y en 1973 se estableció en China, siendo el primer embajador español en Pekín, ante el régimen de Mao Tse-Thung.

Su último destino fue el Vaticano, en 1976, como embajador de España ante la Santa Sede, donde le concedieron la Gran Cruz de la Orden de San Gregorio Magno.

Durante su estancia en Roma, Ángel Sanz Briz fallece el 11 de junio de 1980. No era muy mayor. Le faltaban unos meses para cumplir sus 70 años. Con su muerte desaparecía un buen hombre, pero su huella por el mundo permanecería para siempre en la Historia de la Humanidad.

En las casas de Sanz Briz escaparon de la muerte unas 5.200 personas. Hombres, mujeres y niños que no dudaron en bautizarle, jugando con su nombre de pila, como “Ángel de Budapest”. A muchos de ellos los sacó de los trenes de deportación, a otros de las comisarías en noches en las que salía de casa cargado de pasaportes falsos, siempre del 1 al 200 y con la coartada aprendida de la memoria. Para los nazis eran apestosos sefarditas, para Sanz Briz, simples seres humanos cuyo derecho a la vida era sagrado.

“Él se llamaba Ángel y vivió como un ángel ¡Qué alma más bendita!”


Ha pasado a la historia como el Schindler español, aunque en justicia, a Oskar Schindler deberían llamarle el Sanz Briz alemán.
En 1991 el Gobierno de Israel reconoció su labor otorgándole la dignidad de “Justo entre las naciones” e inscribiendo su nombre en el muro del Jardín de los Justos de Jerusalén. Años después el Gobierno húngaro honró su memoria descubriendo una placa frente al parque de San Esteban, en Budapest, en la fachada de una de las casas que alquiló como cobijo para sus judíos.


En España, Ángel Sanz Briz fue el primer diplomático español que apareció en un sello de correos y el Ayuntamiento de Madrid colocó una placa en su memoria en el portal de su casa de la calle Velázquez.
No fue el único, justo es decirlo. Hubo más diplomáticos españoles que se la jugaron por una causa tan justa en aquellos tiempos de barbarie.

En Berlín, en la misma boca del lobo, José Ruiz Santaella arriesgó su vida para ayudar a los judíos perseguidos. En Sofía, Juan Palencia desafió a los nazis y salvó a 600 judíos búlgaros hasta que fue expulsado del país como persona non grata. En París, Bernardo Rolland de Miota consiguió salvar 2.000 judíos de las garras del Gobierno de Vichy que fueron trasladados al Marruecos español. En Atenas, Sebastián Romero Radigales sacó 500 judíos del país enfrentándose con el embajador alemán. En Bucarest, José de Rojas se tomó tan en serio la protección de los sefardíes que mandó poner en las puertas de sus casas un cartel con una leyenda que no dejaba lugar a equívocos: “Aquí vive un español”.

Se cuentan por miles los judíos que salvaron unos pocos diplomáticos españoles. Hombres de una pieza, héroes anónimos, cuya determinación y perseverancia marcó la línea entre la vida y la muerte de tantos inocentes.

Quizás parezcan pocos frente al exterminio de seis millones de personas, pero cada vida cuenta.
Va por ellos.
Os dejo un enlace para que podais ver un corto reportaje del "ángel de budapest" emitido en telecinco.

2 comentarios:

  1. Gran trabajo, incluso para hacerme aplaudir. Buen trabajo Andrés ^^.
    Me ha gustado bastante la exposición, y como dice cierto profesor "Cada día puedes aprender tres millones cuatrocientas cincuenta y ocho mil quinientas cuarenta y cinco cosas más"

    A ver cuando hacen una película de este hombre, jejeje.

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  2. Muy bien, Andrés, estupendo trabajo, bien escrito y documentado. Efectivamente, este personaje y los otros que citas son dignos de recordarse, no como otros que por desgracia abundan mucho más.

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