¡Terminamos ya el curso! El último día para poder subir trabajos será el día 8 de Mayo a las 23:59. A ponerse las pilas que ya queda poquito!!!!

martes, 8 de diciembre de 2009

La inquisición española, parte 2.

Hola de nuevo, soy Jesús Naranjo Martín de 2º Bachillerato Ciencias Sociales. En este último trabajo de la evaluación completaré la información establecida sobre nuestros queridos amigos inquisidores. Hablaré un poco más del proceso inquisitivo y un poco de los autos de fe.

Digamos que la inquisición española no fue siempre un “aquí te pillo aquí te quemo”, sino que tuvo ciertas normas en lo que se conoce como el proceso inquisitorial.
Estas normas fueron elaboradas por los más fanáticos de los fanáticos, los Inquisidores generales, los cuales destacan Torquemada, Deza y Valdés (sobretodo el primero, por ser uno de los mayores asesinos de la historia española).

El proceso contaba con tres pasos, la acusación, la detención y el proceso (vamos, el acabar muerto o realmente fastidiado, en el 95% de los casos).

La acusación (también conocida como el chivateo mentiroso):

Cuando se llegaba a una ciudad, el inquisidor en cuestión proclamaba el edicto de gracia, es decir, advertía en una misa a todos los ciudadanos que si eran pecadores, se confesaran antes de que fuera demasiado tarde.
Los que se confesaban voluntariamente durante el edicto de gracia, eran reconciliados con la iglesia sin castigos graves. Sin embargo, los edictos de gracia fueron sustituidos por edictos de fe, donde eso de “voluntariamente” no estaba muy bien visto. O sí o sí.
Las acusaciones eran anónimas, y el acusado no tenía ninguna posibilidad de conocer la identidad de sus acusadores. En la práctica, eran frecuentes las denuncias falsas para satisfacer envidias o rencores personales (dicho en el anterior trabajo, vaya).

Muchas denuncias eran por motivos absolutamente estúpidos y carentes de sentido.
La Inquisición estimulaba el miedo y la desconfianza entre vecinos, e incluso raras no eran las situaciones de familiares acusándose entre ellos (Recordemos en el episodio satírico de los Simpson de la caza de brujas. -¡MI HERMANA ES UNA BRUJAA! -Gritaba Bart).


Detención (la cual no era tampoco algo muy sutil):

Tras la denuncia, el caso era examinado por los calificadores, quienes debían determinar si había herejía para después hacer detenciones.
En la práctica, sin embargo, eran numerosas las detenciones “primero encierro después pregunto”, y se dieron situaciones de detenidos que esperaron hasta dos años en prisión hasta que el flojo del calificador de turno le diera por mirar el caso.
La detención del acusado se usaba como promedio para el secuestro de sus bienes, con los que mantenerlo en prisión y a menudo los familiares del pobre desgraciado quedaban en la más absoluta de las ruinas.

Todo el procedimiento era llevado en el secreto más absoluto para todos, ya que como dije antes, ni siquiera el acusado sabía el por qué de su detención. Podían pasar meses, o incluso años, sin que se supiera acerca de por qué estaba encerrado. Sin embargo, los calabozos de la Inquisición no eran peores que los de la justicia ordinaria, e incluso hay ciertos testimonios de que en ocasiones eran bastante mejores (bastante irónico, ¿verdad? ¡por favor quién va a ser el tonto que tras llevarse meses esperando a que lo quemen o no se fije en las prisiones!).


El proceso (y aquí podemos dedicar una clásica sinfonía de terror):

El proceso inquisitorial se componía de una serie de audiencias, en las cuales declaraban tanto los denunciantes como el acusado. Se asignaba al acusado una especie de abogado manipulador, cuya función era únicamente convencer al acusado de que dijera la verdad (o que dijera que era un hereje y que lo quemaran de una vez).
La acusación era dirigida por el procurador fiscal. Los interrogatorios al acusado se realizaban delante del notario del secreto, que anotaba minuciosamente las palabras del pobre acusado.

Para interrogar, la Inquisición hizo uso de la tortura, pero no a todos los acusados.
Se aplicó sobre todo contra los sospechosos de judaísmo y protestantismo (¡hombreee! Estaba claro.), a partir del siglo XVI. La tortura era siempre un medio para hacer que el acusado se confesase culpable, no un castigo propiamente dicho. Se aplicaba sin ningún tipo de diferencia de sexo ni edad, incluyendo tanto a niños como a ancianos.

Las artes de tortura más empleados por la Inquisición fueron la garrucha, la toca y el potro.

La garrucha consistía en colgar al acusado del techo con una polea con pesos atados a los tobillos, ir izándolo lentamente y soltar de repente, con lo cual brazos y piernas sufrían unos tirones un tanto dolorosos y en ocasiones se dislocaban de forma horripilante (que cínico ¿eh?).

La toca consistía en introducir una toca o un paño en la boca a la víctima, y obligarla a ingerir agua vertida desde un jarro para que tuviera la impresión de que se ahogaba (me da la sensación de que eso tenía que ser bastante desagradable, además, dime tú como te confiesas culpable para que te maten ya con un pañuelo en la boca).

El potro era el instrumento de tortura más utilizado, seguramente todos habréis visto esa clásica camilla con pinchos que te estira los brazos y las piernas de manera no agradable (y no, no era un instrumento para hacer crecer a los niños).
Una vez concluido el apaño, se votaba el caso, y se emitía la sentencia, que debía ser unánime. En caso de discrepancias, se hacía necesario remitir el informe a manos mayores (lo cual significaba más tiempo en prisión para el acusado ¡bieeeen!)


Ahora bien, existe el paso de la Sentencia.
Los resultados del proceso podían ser los siguientes:

-El acusado podía ser absuelto. Las absoluciones fueron en la práctica muy escasas (y seguramente el pobre acusado acabaría con los brazos rotos de tanta tortura).

-El proceso podía ser “suspendido”, con lo que el acusado quedaba libre, aunque bajo sospecha, y con la amenaza de que su proceso se continuase en cualquier momento (tú imagínate que tras meses de cautiverio y tortura te sueltan y ahora vas a comprar el pan y se te vuelven a lanzar los alguaciles para volver al condenado tribunal).

-El acusado podía ser penitenciado. Considerado culpable, debía decir públicamente sus delitos y ser condenado a un castigo. Entre éstos se encontraban el sambenito, el destierro (temporal o perpetuo), multas o incluso la condena a galeras (ea, a remar, y a recibir latigazos, que es sano y uno se pone fuerte).

-El acusado podía ser reconciliado. Además de la ceremonia pública en la que el condenado se reconciliaba con la Iglesia Católica, existían penas más duras, entre ellas largas y largas condenas de cárcel o galeras, y la confiscación de todos sus bienes (a robar se ha dicho). Sin contar claro está los castigos físicos, como los azotes.

-El castigo más grave era la relajación al clero, que implicaba la muerte en la hoguera como cual leño en chimenea. Recibían este castigo los herejes impenitentes y los relapsos, o sea, los que ya habían sido acusados una vez. La ejecución era pública, para que todos olieran bien como ardías. Si el condenado se arrepentía, se le estrangulaba mediante el Garrote vil (el cual también era un cacharrito fino fino). Si no, era quemado vivo.

En cuanto a los actos de fe, fueron “espectáculos” en los que se aplicaba el proceso inquisitorial. Solían ser públicos o privados, aunque los públicos eran más frecuentes.
Se solían usar sitios grandes como plazas mayores, y acabaron convirtiéndose en un macabro espectáculo el cual amenazaba a la población de que siguiera creyendo en el cristianismo, causando un gran efecto en los espectadores.

Las fuentes de fotos e información siguen siendo las mismas que el trabajo anterior.

1 comentario:

  1. Chico, a mí no me sirve lo de que las fuentes son las del trabajo anterior porque en el susodicho no hay ninguna concreta. A ver si te voy a tener que denunciar al Santo Oficio...

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