¡Terminamos ya el curso! El último día para poder subir trabajos será el día 8 de Mayo a las 23:59. A ponerse las pilas que ya queda poquito!!!!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

LAS PINTURAS NEGRAS

LAS PINTURAS NEGRAS

“Goya siempre es un gran pintor, a menudo espantoso…
sol y sombra rielan sobre pavores”
Charles Baudelaire

Se conoce como Pinturas negras a un conjunto de entre catorce obras que Francisco de Goya y Lucientes realizó entre 1819 y 1823 en los muros de la Quinta del Sordo, una casa de campo madrileña que el artista compró en 1819 por encontrarse alejada del centro de la urbe y a orillas del Manzanares. Goya contaba en 1819 con una edad bastante avanzada y se sabe que su salud se encontraba resentida. No era ya el primer pintor del rey, cargo en el que fue sustituido por Vicente López.

Allí se marchó a vivir Francisco de Goya con Leocadia Weiss a salvo de rumores pues ella estaba casada con Isidoro Weiss. Era la mujer con la que Goya mantenía una relación y posiblemente una hija pequeña, Rosario, de los dos niños que tenían a su cargo. Allí permaneció hasta su huida a Burdeos, donde encontraría la muerte.

Goya intentaba alejarse de la vida pública capitalina para evitar los juicios morales y para huir de los violentos altercados entre absolutistas, partidarios de Fernando VII, y liberales, que hacían poco apacibles las calles de la capital en aquellos años.


Desde este retiro campestre observó la realidad española con la perspectiva suficiente como para poder reflexionar sobre ella, reflejando en los muros de la Quinta del Sordo su crítica hacia los hábitos e instituciones de la tradición rancia y oscurantista que, desde su punto de vista, sobrevivían enquistados en España.

Goya muy inclinado hacia el liberalismo, había mantenido una estrecha relación con José I Bonaparte y los afrancesados, lo que desde 1815 le había pasado factura, tanto en forma de falta de encargos que no fueran cuadros patrióticos, como por la persecución a la que le había sometido el moribundo (pero aún peligroso) Tribunal de la Inquisición, contra el que el artista había lanzado furibundas críticas en los “Caprichos”, una colección de grabados en la que se hacía escarnio mordaz de la nobleza y el clero.

Sin embargo, en muchos aspectos su Pinturas Negras adquirieron una dimensión que trascendía lo ibérico, representando un momento cumbre de la pintura romántica y anticipándose a gran parte de los obsesiones de la Modernidad.

En ellas, Goya, libre de los condicionamientos de cualquier mecenazgo, podía expresar su subjetividad o sus opiniones y dar rienda suelta a una feroz crítica social desde su óptica ilustrada y racionalista, consciente del fracaso en el que parecían sumirse en aquellos momentos los idearios liberales y reformistas frete al tradicionalismo del régimen fernandino. El punto culminante de esta etapa final de su carrera, en la que se muestra desengañado y furioso, pero también mordaz e irónico. Se convierte así en el representante de la tradición romántica de lo sublime.

El conjunto de la Quinta del Sordo fue pintado al óleo directamente sobre el yeso de los muros, aprovechando los espacios vacíos entre las ventanas y las puertas de la estancia principal de la casa. La serie de pinturas negras a cuyos óleos Goya no puso título, fue catalogada en 1828 por su amigo Antonio Brugada.

Conocemos la ubicación de cada una de estas piezas por testimonios y por la documentación fotográfica que se realizó en 1873 para el Museo del Prado en previsión del derribo del edificio. Al año siguiente las obras fueron arrancadas de su contexto original y traspasadas a lienzo por el restaurador del Museo del Prado, Salvador Martínez Cubells, por orden del barón Fréderic Émile d’Erlanger, propietario de la Quinta del Sordo por aquel entonces, que pretendió venderlas, fracasando en el intento, por lo que finalmente las donó al Museo del Prado en 1876.

Las pinturas se realizaron en series temáticas que se ubicaron en espacios contiguos, ordenadas conscientemente por el autor para reforzar su mensaje. La mayor parte de ellas fueron pintadas sobre pinturas preexistentes, por lo general paisajes y escenas alegres, que posiblemente fueran obra del propia Goya.

Los motivos de esta reutilización de partes de obras precedentes, manifiesta bien a las claras la mudanza que su estado de ánimo había experimentado desde su primeras obras, por ejemplo estos cartones para tapices, iconos de un ambiente luminoso, bucólico y festivo, escenario de la cara alegre de las costumbres españolas.

Las Pinturas Negras son la etapa final de un proceso artístico con el que Goya se enfrentó a la naturaleza humana y a la irracionalidad del mundo. La propia técnica empelada manifiesta su conflicto interior, apreciable en el predominio de los pigmentos oscuros en una paleta voluntariamente reducida, en las sombras y en las pinceladas violentas y nerviosas que reducen sus personajes y paisajes a imágenes minimalistas, por medio de las cuales construye escenas sórdidas, truculentas y terroríficas, claramente enraizadas en la tradición de lo sublime y antecesoras de gran parte de las pesadillas que atenazarían en adelante a la humanidad contemporánea.

Estamos ante unas obras de gran expresividad que sugieren sensaciones desgarradoramente intensas. La capacidad sugestiva de las Pinturas Negras se acentúa al extremo, porque muchos de los personajes en ellas representados lanzan desorbitadas miradas con las que parecen estar estableciendo un diálogo con quien los observa.

En la planta baja de la Quinta del Sordo, Goya pintó una serie de obras enfrentadas dos a dos que comparten un trasfondo en el que la oscuridad, la muerte y lo demoniaco se hacen patentes. Parejas espeluznantes, como “La romería de San Isidro” o “El aquelarre”, unifican la religiosidad popular y el mundo mágico como manifestaciones de lo irracional, que se personifica a través de seres que han perdido su individualidad y se han convertido en masa informe y palpitante. En cierto modo en ellas retoma también la figura de las brujas, tratadas ya en composiciones más tempranas, como símbolo de la fealdad monstruosa con la que denuncia la degradación moral.

Goya no dudó en intentar escandalizar a los espectadores, para que nadie que se parase delante de sus Pinturas Negras las observara con indiferencia.

En la planta superior existía una mayor variedad temática: desde temas moralizantes hasta su típica preocupación por la incultura, la sinrazón o el dolor. Aquí predominan los cuadros luminosos, enmarcados en paisajes que adquieren cierto tinte mágico.

Ataca también en las Pinturas Negras las costumbres supersticiosas y la ignorancia de los españoles, ejemplificadas en las procesiones y reuniones del pueblo llano, convertidas en auténticos desfiles y contubernios de monstruos, como la “Peregrinación a la fuente de San Isidro” (El Santo Oficio) en el que de paso carga contra la Inquisición. Otra de las severas condenas hacia las relaciones humanas que hace Goya en este conjunto se dirige contra la violencia sin sentido, contra el natural agresivo el ser humano en general y de los españoles en particular y sus contiendas fratricidas, simbolizadas en el “Duelo a garrotazos”.

Y es que esta colección defiende una moralidad que habría de fundamentarse en el dominio de la razón y la búsqueda del progreso, un camino del que el pueblo español se alejaba cada vez más.

Goya abandonó Madrid en 1824 huyendo del absolutismo fernandino, que había sido restituido en España tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis, fuerza militar que el rey de Francia había mandado para sofocar el auge del liberalismo español. A la Quinta del Sordo volvió en 1826, pero pasó la mayor parte de sus últimos años en Burdeos, donde murió en 1828 en brazos de su amigo, Antonio Brugada.

Más allá de ser el reflejo de una época, la mirada trágica de la España de principios del siglo XIX, las Pinturas Negras son un hito en la historia del arte occidental. Profundo admirador de Tiziano, Rubens, Velázquez, Murillo y Mengs, educado en los gustos y cánones del Neoclásico, el exquisito Rococó francés, el Barroco clasicista italiano y otras tendencias del XVIII, y bebiendo también de los primeros latidos del Romanticismo, Goya rompió con las corrientes pictóricas de su tiempo hasta el punto de ir más allá que cualquiera de sus contemporáneos; creó su propio estilo y sirvió de inspiración a las generaciones venideras. Los pintores impresionistas y después los surrealistas se confiesan continuadores de la obra de Goya, concretamente de la forma de expresión pictórica consumada en las Pinturas Negras, pues esos óleos sombríos y pesimistas hacían gala de una fuerza expresiva admirable. Y es que aquel Goya anciano y enfermo, cuando supuestamente estaba viviendo el momento menos optimista de su vida, tuvo la fuerza de crear algo diferente a lo dictado por todos los preceptos del arte de su tiempo y puso una de las primeras piedras sobre las que hoy se levanta el edificio del arte contemporáneo.

Os quiero presentar ahora la situación de las Pinturas Negras dentro de la Quinta del Sordo, no sin antes comentaros que el nombre de esta finca, aunque se suele atribuir equivocadamente a la sordera del pintor, realmente proviene del apodo de uno de sus antiguos propietarios.


Y no podría finalizar este trabajo, sin incluir los cuadros que conforma esta colección, a los que añado un pequeño comentario de cada uno.

“La Romería de San Isidro”
En los cartones para tapices, Goya hacía alusión constante a las fiestas populares que celebraban en Madrid para festejar a San Isidro. Este cuadro es la antítesis oscura del luminoso cartón “La Pradera de San Isidro”. Los alegres romeros dejan paso a un desfile de figuras casi cadavéricas que entonan horribles cantos mirando a los espectadores. Pertenecen a todos los escalones de la sociedad, apareciendo desde personas vestidas como mendigos, hasta burgueses.

“Peregrinación a la Fuente de San Isidro” o “El Santo Oficio”
Nos muestra una procesión que es dirigida por un representante del Santo Oficio, seguido por beatas y viejas que acuden a la fuente de San Isidro a intentar curar sus achaques.














“Duelo a Garrotazos” o “La Riña”
Dos hombres se encuentran enzarzados en una lucha a muerte. La escena se congela en el momento exacto en el que ambos, garrote en mano, están a punto de descargar un golpe brutal contra su adversario; ninguno puede huir, pues tienen las piernas enterradas en el suelo. Aunque el paisaje que les rodea es el más luminoso de todo el conjunto, también es la obra que mejor exhibe el sentir tráfico de Goya, y mientras los dos hombres combaten dramáticamente, el ganado pasta tranquilamente al fondo, contrate que sirve para acentuar la irracionalidad y la violencia de la imagen. Esta pintura puede interpretarse como una alusión a las luchas fraticidas en las que España se vio inmersa desde principios del siglo XIX.












“El Aquelarre”
En él aparecen varias docenas de brujas reunidas alrededor del diablo, que se muestra ante ellas en forma de macho cabrío y a quien escuchan atentas. Aisladas a la derecha de la composición hay una joven que va a ser iniciada. Entremezclados con las brujas hay frailes, critica evidente del oscurantismo clerical. Goya no pretendía aquí criticar la brujería tanto como utilizarla como metáfora de la superstición tan común entre el pueblo. Aunque con un tratamiento mucho menos oscuro y grotesco, este tema ya había sido desarrollado por el autor en el que Satanás predicaba entre unas brujas. Es importante tener en cuenta que, de todas las Pinturas Negras, ésta es la única en la que no hay rastro de modificaciones y repintados.



“Dos viejos comiendo sopa”
Nos muestra una alucinante deformación de la figura humana para expresar la esencia de la vejez, la pobreza, la soledad y la decrepitud. La escena representa a dos ancianos de los que su sexo no está claro, con aspecto, sobre todo el de la derecha, de calavera, simbolizando lo poco que le queda de vida, reflejando tal vez la visión que el pintor tenía de la vejez que ya lo acompañaba y el deterioro que ésta conlleva. Esta obra puede considerarse como precedente del expresionismo del siglo XX.

Esta es la obra que más me ha impactado. Es escalofriante ¿verdad?

“Saturno devorando a sus hijos”
Es una de las escenas más desgarradoras de la serie, ya que presenta el instante en que el dios está comiéndose el cuerpo de uno de sus hijos, simbolizando con ello, el horror, la destrucción y como el paso del tiempo termina con todo, lo cual constituye una de las obsesiones del pintor. También se ha llegado a interpretar como al rey absolutista Fernando VII, terminando con su pueblo. De la obra llama la atención el rostro de Saturno, deforme, con expresión de ferocidad y voracidad.


“Perro Semihundido” o “El Perro”
Se han propuesto variadas interpretaciones, desde la insignificancia del ser vivo ante el espacio que le rodea, hasta que estemos ante una obra inacabada. Sin embargo, lo que sí queda claro es que la obra supone una ruptura de las convenciones de representación pictórica convencionales, donde ha desaparecido desde la ilusión de perspectiva hasta el paisaje mismo. Esta obra es simple espacio de color, con el elemento mínimo de una cabeza de poco tamaño, definida con vigorosos trazos en negros, blancos y grises en relación con los planos ocres, de textura orgánica, de un cuadro que insiste en su verticalidad, mediante la dirección de la mirada del can y el amplio plano vacío sobre el perro.







“Átropos” o “Las Parcas”

En esta obra trata el tema mitológico de las diosas del destino las Parcas, encabezadas por Átropos, diosa de lo inexorable, que porta unas tijeras para cortar el hilo; Cloto, con su rueca (que Goya sustituye por un muñeco o recién nacido, probable alegoría de la vida) y Láquesis, la hiladora, que en esta representación mira a través de una lente o en un espejo y simboliza el tiempo, pues era la que medía la longitud de la hebra. A las tres figuras femeninas suspendidas en el aire se añade una cuarta de frente y con las manos a la espalda —quizá maniatado— que podría ser un hombre. Si es cierta esta interpretación, las Parcas estarían decidiendo el destino del hombre cuyas manos atadas no puede oponerse a su hado.



“Dos viejos” o “Un viejo y un fraile”
En el cuadro aparecen dos ancianos personajes vestidos con hábito de fraile. El situado en primer término tiene una gran barba cana, es alto y se apoya en un bastón. Desde el punto de vista iconográfico se relaciona con el dios Tiempo y podría simbolizar la vejez. El que está a su espalda está fuertemente caricaturizado. Su rostro es de aspecto cadavérico o animal y parece gritarle al oído a su compañero, lo que podría ser una alusión a la sordera de Goya.



“Hombres leyendo”
Seis hombres se apiñan en torno a la lectura de un papel que sostiene uno de ellos de rostro largamente barbado. Entre ellos tres destacan en un plano más cercano y del resto solo vemos sus cabezas entre el grupo, algunas de ellas muy vagamente, alejadas en segundo término y hacia los márgenes de la izquierda del cuadro. La crítica ha relacionado esta reunión masculina con las tertulias políticas clandestinas del Trienio Liberal, periodo en que se ejecutaron las pinturas negras.


“Dos mujeres y un hombre” o “Mujeres riendo”

Se interpreta que el que parece un hombre está masturbándose y podría incluso suponerse que es un loco o retrasado mental, al que contemplan curiosas y burlescas las mujeres. No se define tampoco ni la condición social de los personajes ni el marco que les rodea. Pudieran ser prostitutas (pues Goya las suele pintar por parejas), pero lo único que se puede decir es que visten ropas propias de las capas sociales más humildes.


“Judith y Holofernes”

El cuadro recrea de modo personalísimo el conocido tema de Judit de Betulia que, para salvar a su pueblo del ataque del rey Holofernes, lo seduce y decapita. De este modo la obra pudiera aludir a Goya y Leocadia Zorrilla o Leocadia Weiss su amante. O quizá, de modo más general, al poder de la mujer sobre el hombre. La iluminación es muy teatral, y focalizada; parece reflejar una escena nocturna iluminada por un hachón o tea, que ilumina el rostro y brazo ejecutor de Judith y deja en penumbra el rostro de una vieja criada que está representada en actitud de ruego u oración.


“Una manola: doña Leocadia Zorrilla”
Una mujer madura o «manola» vestida de luto apoya su codo en un montículo de tierra sobre el que se ve una verja que habitualmente se colocaba en las tumbas. Ella es su amante, Leocadia Weiss o Leocadia Zorrilla. La expresión del rostro es triste o nostálgica y se piensa que la tumba podría aludir al reposo definitivo de Goya, con Leocadia viuda del pintor, como premonición de la muerte.















“Visión fantástica” o “Asmodea”

En el cuadro aparecen a la izquierda dos enigmáticos personajes en vuelo, uno de los cuales ha sido relacionado habitualmente con el demonio Asmodeo del Libro de Tobías. El de vestido oscuro señala una gran roca situada a la derecha de la escena sobre cuya meseta aparece un gran edificio circular (interpretado como un templo o una plaza de toros) y varios edificios más entre los que se destacan algunas torres. En la parte inferior se ve un oscuro paisaje en el que se desarrolla una escena bélica. Abajo, y en la esquina derecha dos soldados en primer término, vestidos con uniforme francés apuntan a un grupo de jinetes situados más al fondo.

Espero que os haya interesado el tema y me quedo con las palabras de Ramón Gómez de la Serna que resumió el tenebroso mundo pictórico de Goya, al decir:

“Todos esos conjuntos carboneros, pintarrajeados con nocturnidad, apedreados de gritos y cuajados de incrustaciones, que llenan las paredes de su casa, son engendros de quien comprende la vida y su revés misterioso. Buscaba una reacción, quejas sin sentido contra las pusilanimidades del mundo…”




Bibliografía:
Enciclopedia Historia Universal del Arte - Planeta
Autor:
Andrés Garrido Galeote

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