Una casta maldita en España
“[...] cara ancha y juanetuda, esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes ojos azules o verdes claros, algo oblicuos. Cráneo braquicéfalo, tez blanca, pálida y pelo castaño o rubio; no se parece en nada al vasco clásico. Es un tipo centro-europeo o del norte. Hay viejos de Bozate que parecen retratos de Durero, de aire germánico. También hay otros de cara más alargada y morena que recuerdan al gitano [...]”.
De este modo fueron los agotes descritos a comienzos de la pasada centuria por el gran Pío Baroja, y ésta es en gran medida la imagen que siempre invocaron sus vecinos, los habitantes de un limitado número de valles del extremo occidental de los Pirineos, entre Navarra y el País Vasco, al referirse a ellos. Hoy sabemos que estas características eran más un producto de la leyenda que hechos reales, y lo verdaderamente cierto es que los agotes fueron durante siglos una casta, una casta en el más puro sentido de la palabra, apartados por su incierto origen de cualquier posibilidad de prosperar en la tradicional sociedad del norte de España, sometidos a un desprecio de tipo racial, religioso y, como no, económico. Esta brutal discriminación, ya olvidada por la mayoría y ocultada por los cambios de la modernidad, perduró aún así hasta prácticamente las últimas décadas del siglo XIX y constituye un oscuro capítulo de la historia contemporánea rural de nuestro país.
Orígenes
Desde el medievo, las referencias a un grupo de personas denominadas como “agotes” son fragmentarias y aisladas por decenas de años entre sí, pero conservamos las suficientes como para asegurar que permanecieron como una población más o menos constante y diferenciada entre los siglos XI – XII y los comienzos del XX, cuando ya no queda ningún rastro real de su cultura y antiguo aislamiento.
Los primeros textos en los que son mencionados datan, como ya se ha mencionado, de la Edad Media, y se tratan de documentos administrativos, especialmente religiosos en los que ya se denota la exclusión social de la comunidad agote, marcadamente endógama y cerrada.
Respecto a si existe un origen étnico común para los agotes, lo cierto es que no está nada clara la respuesta, ya que el estudio de este pueblo por parte de la antropología es muy reciente y escaso. Ni siquiera parece seguro que los agotes formaran una entidad racial en sí misma separada de la población navarra o vasca, ya que sus caracteres físicos, al menos en los últimos siglos, eran realmente heterogéneos. Sin embargo, esto no ha impedido la proliferación de diversas teorías, algunas más peregrinas que otras, en relación al surgimiento de su identidad.
En primer lugar, una de las explicaciones más clásicas y manidas es la que identifica a los agotes con descendientes de visigodos de pura cepa refugiados en el Pirineo de las invasiones franca y musulmana producidas a ambos lados de la cordillera. Muchos estudiosos afirman en esta línea que la propia palabra “agote” proviene del bearnés-occitano “cas-gots”, es decir, “perros godos”. Hoy día, sin embargo esta teoría parece más producto del folclore que de una investigación seria, pues basa gran parte de su validez en la dudosa atribución de características físicas germánicas a los agotes.
Por otro lado, también es bastante frecuente la hipótesis de que los agotes serían ni más ni menos que albigenses o cátaros, nuevamente huidos de una persecución, en este caso la terrible cruzada que la Iglesia emprendió a comienzos del siglo XIII contra su herejía dualista extrema. Al ser protegidos de la Corona de Aragón, es posible que muchos nobles de la misma dieran asilo a pequeños grupos de cátaros en los Pirineos. Incluso, en una carta al Papa León X fechada en 1513 los agotes afirman ser descendientes de cátaros, aunque afirmaban su total adhesión a la doctrina católica. Aún con todo, resulta bastante inverosímil que el origen directo de los agotes fuera la herejía occitana, puesto que ya mencionamos la existencia de menciones por parte de la Iglesia a partir del siglo XI.
Finalmente, una de las teorías con menos puntos débiles es la de las leproserías. Durante los siglos de discriminación, fue un lugar común que los agotes estaban contagiados por todo tipo de enfermedades, especialmente la lepra, que en esos momentos causaba estragos en Europa Central. Lo cierto es que no resulta inverosímil que grupos de leprosos curados, unidos a bandas de delincuentes y vagabundos, pudieran llegar hasta los Pirineos y asentarse, únicamente para recibir el desprecio y estigmatización de la población autóctona.
Existen varias hipótesis más, que van desde el origen sarraceno de los agotes hasta su carácter de protegidos de Carlomagno asentados en la Marca Hispánica. Sin embargo, son propuestas mucho más inverosímiles y minoritarias que las destacadas arriba.
Exclusión
Sean cuales sean sus orígenes, lo cierto es que las causas del maltrato a los agotes es necesario relacionarlas con la peculiar configuración de la sociedad vasco-navarra en su vertiente más rural. Si por algo se caracterizaron estas zonas a lo largo de los siglos fue por su marcado aislamiento e independencia respecto a entidades geográficas y políticas exteriores. Encerrados en su propia identidad racial y cultural los habitantes de Vasconia eran proclives a condenar cualquier asentamiento extranjero (como parece fue el caso de los agotes), y de ello parece derivar su exclusión.
Ésta aversión al extranjero se camufló durante siglos bajo la máscara del odio religioso: los agotes fueron acusados principalmente de herejía e incluso era costumbre general asumir que practicaban ritos satánicos o brujería a escondidas de sus vecinos. Nada más alejado de la realidad, puesto que los agotes siempre participaron del catolicismo cuando se les permitía y se sabe que reclamaban trato de igualdad por parte de las autoridades eclesiásticas. Y es que para la Iglesia el agote era un fiel de categoría muy inferior a la del resto. Una realidad ejemplar a este respecto es la existencia de puertas laterales en gran número de templos navarros para el acceso de los agotes, que siempre eran mantenidos al margen durante la celebración de la misa (en la iglesia de Arizkun, por ejemplo, se les encerraba tras una reja) o el uso de pilas bautismales especiales. En los cementerios se les reservaba una porción de tierra no consagrada y allí eran enterrados los agotes junto con los judíos, suicidas, excomulgados y prostitutas. Sin embargo, es cierto que mantenían ciertas costumbres de estilo pagano, ya que solían incinerar los cadáveres y enterrar sus cenizas en monumentos tipo megalito al margen de los camposantos oficiales católicos.
Como ya se ha mencionado, se les consideraba portadores de enfermedades, y por tanto todo el mundo eludía el más mínimo contacto con ellos, impidiéndoles incluso la compra-venta de productos agrícolas o propiedades para sobrevivir. Se les acusaba además de actuar como criminales peligrosos, por ello muchas veces se les marcaba en la ropa con una señal roja en forma de huella de gato o de oca y se les obligaba a sonar una campanilla para que delatasen su presencia en todo momento. Fueron recluidos en sus propios barrios a las afueras de los pueblos (quizá el más notable sea el de Bozate, en Arizkun) y no se les permitía en ningún caso hacer fortuna, alcanzar los derechos vecinales y mucho menos la hidalguía. Evidentemente, tenían prohibido casarse con los habitantes autóctonos, y ello acentuó la endogamia y la identidad cultural propia de los agotes.
En relación a sus ocupaciones laborales, se sabe que no eran aceptados como siervos feudales y que por tanto solían desempeñar empleos independientes y artesanías, especialmente la carpintería y la construcción, profesiones en las que alcanzaron notable maestría . Hoy día se cree que muchos de los famosos templos románicos del Camino de Santiago en Navarra fueron edificados por los templarios empleando la hábil mano de obra agote. Con el paso del tiempo muchos alcanzaron otras ocupaciones, siempre de las peor consideradas, como la de enterrador o la de músico y juglar.
Integración
Conforme pasaba el tiempo las leyes contra los agotes cambiaron cada vez más frecuentemente por las imposiciones de la Administración española y éstos entraron en una constante dinámica migratoria, trasladándose entre los diferentes pueblos y perdiendo su identidad comunitaria. Es más, al derrumbarse el Antiguo Régimen gran parte de los privilegios feudales desaparecieron y la discriminación se difuminó por ello. Finalmente, un gran número de agotes emigraron a América a finales del siglo XIX y comienzos del XX, mezclándose con el resto de los españoles que llegaban al continente.
Aún hoy en día, lo cierto es que el nombre “agote” no es de agrado en muchos lugares de Navarra y País Vasco, constituyendo un gravísimo insulto en boca de los más ancianos del lugar. Sin embargo, la verdad es que los hijos y nietos de agotes hoy día no sufren prácticamente ningún tipo de discriminación. Incluso se están llevando a cabo diversos intentos de honrar el recuerdo y exaltar la cultura de este pueblo, como el Museo Santxotena, sito en el pueblo de Arizkun, en el que el escultor y poeta Xabier Santxotena expone su obra como representación de la cultura agote, además de ofrecer un recorrido por los últimos vestigios de este pueblo perdido. Esto, junto con los recientes estudios llevados a cabo, puede que arroje cada vez más luz sobre los inciertos orígenes e historia de los agotes, que sin duda merecen un mayor reconocimiento y respeto que el que han tenido a lo largo de los siglos.
Enlaces y fuentes de información
CARLOS DOÑA GRIMALDI
Muy bien: desconocido e interesante tema, muy bien escrito y documentado.
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